Hacía tiempo que no leía un libro que me influía tanto. Por eso quería traerlo aquí.
Mi interpretación del argumento esencial de este maravilloso trabajo se resume en el título de esta entrega: no somos crédulos. En los siguientes párrafos y hasta nuevo aviso no volcaré ideas mías, sino mi extracción sintética de las de Hugo Mercier. Creo sinceramente que en estas ideas hay claves para tener mejores conversaciones sobre cosas que importan.
La comunicación entre individuos cuyos intereses no están perfectamente alineados es intrínsecamente frágil: ¿por qué íbamos a confiar en alguien que no busca lo mismo que nosotros en la vida? Para hacerla estable, uno debe comunicar fiabilidad. Pero la comunicación verbal humana no tiene ninguna manera propia de hacerlo. Así que recurrimos a otros mecanismos adicionales, externos al lenguaje.
Eso es la señalización costosa: imponemos un coste lo suficientemente alto sobre aquellos que lanzan mensajes no confiables. Así producimos fiabilidad por fuera de la alineación de intereses: marcando los mensajes y emisores confiables/desconfiables.
Idealmente, esto produce un entorno de vigilancia abierta en el que una serie de mecanismos cognitivos que, infringiendo costes de señalización en emisores no fiables, minimizan la exposición a información no confiable.
Pero cuando los mecanismos de vigilancia abierta sofisticada son interrumpidos, volvemos a lógicas de vigilancia cerrada. Empleamos “pistas” de similitud (creemos a quien es más parecido a nosotros porque intuimos que tenemos intereses más parecidos), cercanía cognitiva (confiamos en aquello que encaja con lo que ya sabíamos, o creíamos que sabíamos), etcétera.
La polarización no sustancial se apalanca en estas lógicas cerradas
subrayando la supuesta mala fe del rival, sus intereses en teoría contrarios a los nuestros, y la igualación por la mínima. El ejemplo más sofisticado nos lo da Vladimir
Putin (y, en realidad, todo el aparato argumentativo del régimen ruso) sobre Occidente: a cada oportunidad, señala que “ellas también juegan sucio”, esencialmente equiparando su autoritarismo con prácticas democráticas, como cuando dijo en junio de este año que “from American sources, it follows that most of the cyberattacks in the world are carried out from the cyber-realm of the United States” (
no es cierto).
En contraste, el trabajo del mercado de las ideas consiste en:
1 presentar argumentos bien razonados (conscientes de los mecanismos de inferencia y plausibilidad existentes)
2 transparentar los intereses propios y los ajenos, para dejar claro desde dónde parte cada uno
A partir de ahí, esperamos que se activen los mecanismos de vigilancia abierta que castigan errores, haciendo la señalización costosa.
Pero lo habitual es partir de la vigilancia cerrada, que hace mucho más probable rechazar un mensaje que creérselo. Desde este punto de vista, el foco no está tanto en evitar el engaño (es decir, buscar razones para descartar un mensaje) sino en buscar razones para aceptar un mensaje.
Esta es la situación normal en 2021, con el crecimiento exponencial de información disponible facilitado por la conectividad. Es totalmente imposible mantener una vigilancia abierta constante. Así que, de primeras, la audiencia suele ser escéptica salvo que la fuente ya tenga reconocimiento y credibilidad siguiendo, por ejemplo, los criterios groseros pero útiles de similitud y afinidad antes enunciados. Buscamos encaje con nuestra posición previa.
Desde este punto de vista, pensar que la gente toma tal o cual decisión que consideramos errónea porque se tragó un montón de fake news es entender la causalidad al revés: adquirimos aquellas creencias erróneas que no contradicen donde ya estamos.
Así, el mercado de información se convierte en un mercado de justificaciones. Este mercado es particularmente útil para aquellas decisiones que anticipamos como problemáticas.
El problema con cualquiera que consideremos que está equivocado no es que no sea lo suficientemente vigilante con su entorno, sino que no es lo suficientemente abierto en su vigilancia y sólo adquiere argumentos cercanos. Y, en el peor de los casos, la vigilancia puede llegar a servir para conseguir información sobre el rival (dónde se posiciona el contrario) para mejorar la defensa propia.