Lo que dice Markovits es que el mérito puede terminar produciendo resultados perversos que erosionan el bienestar. Esto es un problema porque, insisto, no tenemos sustituto para la idea abstracta de mérito. Si el mérito está anclado al valor en su versión ideal, solo nos quedan tres alternativas fuera de un sistema económico no basado en el mérito:
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La igualdad total, que requiere de una entidad que se encargue de evaluar las necesidades, dirigir la producción y distribuir los resultados. Pero tanto en la teoría filosófica como en la práctica política la centralización completa del poder desemboca inevitablemente en desigualdades.
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La atomización completa de los individuos, algo que es nítidamente peor para el bienestar.
- El establecimiento de una aristocracia basada en cualquier otro elemento de valor ajeno al mérito.
Ninguno de ellos me parece superior al mundo en el cual la comunidad define el valor de un bien, servicio, actividad, tarea o idea y a partir de ahí se establece el mérito que tiene, y la consiguiente retribución.
Una de las cosas que nos dice Sandel es que no deberían ser los mercados quienes definieran esto. Recordemos que en su versión básica un mercado solo es un acuerdo para asignar valor a un bien, servicio o cualidad. Si el poder de ambas partes es similar, y también lo es el poder de todos los que pueden ofrecer o demandar, entonces el mercado asigna el valor que la sociedad considera. Sandel desdobla sus críticas en dos: la frecuente imperfección de los mercados, con poderes asimétricos (y ahí es difícil estar en desacuerdo si partimos de una idea de valor que es marcada por la comunidad, no por una élite de elegidos); y la naturaleza perversa del mercado en sí.
Pero entonces ¿qué alternativas hay al mercado como mecanismo esencial de asignación de valor? Solo aquellas que atomizan esa asignación (es decir, nunca nos ponemos de acuerdo en lo que vale algo, y por tanto en el mérito que supone) o establecen una autoridad externa al proceso de intercambio para asignar ese valor. Entendiendo que la opción de una élite/aristocracia que lo defina está descartada porque entonces acabaríamos en el mismo punto que un mercado de competencia imperfecta, esa autoridad externa solo puede ser elegida por procesos de consulta popular que… bueno, son mercados. Una votación es un mercado que regulamos muy estrictamente para que la competencia sea lo más perfecta posible: todos tenemos un solo voto en el lado de la demanda, y en el de la oferta nos inventamos mecanismos para . El establecimiento y el cambio de una norma social también es un mercado de opiniones
Aquí entonces la pregunta pasa a ser qué definiciones del valor (y por tanto del mérito) dejamos a cada tipo de mercado. Es decir: qué mecanismos y escalas asignamos a cada una de las cosas a las que queremos dar un cierto valor.
Después, tendremos que romper las cadenas de herencia del mérito para asegurarnos de que no queda valor por desaprovechar en la sociedad, de que la asignación de la recompensa es justa, y de que no queda nadie con demasiado poder para pervertir la escala de valor y mérito.
Creo que con estas dos reformas podemos cumplir con lo que me parece rescatable de la crítica de Sandel a la meritocracia. Pero aún cumpliendo con todo lo anterior podemos terminar en una pesadilla markovitsiana de trabajo inacabable por la producción de valor, convirtiendo un círculo virtuoso en otro vicioso. Para afrontar este último problema, solo nos quedaría una alternativa: asignar valor a aquello que no lo tiene. Pero, ¿estamos seguros de que queremos hacerlo?