Todo esto para mí se resume en una sola enseñanza: ni los hechos ni (idealmente) el análisis sistemático que de ellos hagamos a través de métodos científicos existen para darte la razón. Tampoco para quitártela. Sino que existen por sí mismos.
Esto es, lo admito, una aseveración ontológica: sí, considero que hay una realidad externa a nuestra percepción. Epistemológicamente, considero que debemos al menos aspirar a conocer esa realidad cada vez un poco mejor y corregir nuestra percepción de la misma.
Esta posición no sólo no invalida los postulados morales, como algunos (no yo) pretenden. Al contrario: la refuerza. Yo sé que me importa la libertad y que me importa la justicia. Eso no lo puede cambiar ningún conocimiento de la realidad. Lo que sí puede (debe) cambiar es cómo acercarme mejor a estos ideales.
La evidencia recogida por Card y compañía sobre salario mínimo, efectos de la migración sobre mercados laborales o gasto en educación ha sido particularmente influyente en cómo veo yo ese cómo. Más específicamente, ha informado de manera decisiva
mi posición favorable a fronteras abiertas como mecanismo con enormes beneficios redistributivos y sin costes (más bien al contrario) en el crecimiento agregado. Pero lo ha sido precisamente por los métodos que usaron para producirla. Eso quiere decir que si me caso con algo no es con la conclusión, sino con los métodos. Y que si éstos producen
Por eso el Nobel no es para el salario mínimo. El Nobel es para decirte que el mundo es más grande que nuestra preconcepción del mismo, y que si estamos para algo en esta vida (además de para disfrutarla, claro) es para ir un poquito más allá de donde empezamos.
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A causa de la oleada anual de Nobel, estos días he vuelto a Race for the Prize, la canción de The Flaming Lips que abre The Soft Bulletin. Es la única canción que conozco que va de la dinámica de competición y cooperación consustancial a la manera en que hacemos ciencia.