Como ya he dicho en otras ocasiones, no creo que haya una respuesta única a este tipo de dilemas. En algunos países la cuasi-supresión puede ser algo factible a coste menor que permitir una vuelta completa a la normalidad.
Si tienes un suministro ilimitado de vacunas, una población urbana, densa, vieja, rica, que puede teletrabajar y un control absoluto sobre tus fronteras, entiendo que lo consideres. Tus principales náufragos aquí son los del primer tipo.
De la misma manera, si tienes una población joven, pobre, que no puede teletrabajar, fronteras porosas, alta complejidad en la dinámica de contactos, entiendo que te centres en el segundo tipo de náufragos, y te preocupe bastante más la pérdida de bienestar no provocada directamente por el virus.
Además, sí, es cierto que ambas posiciones tienden a defender que en su mundo igualmente sufren los otros tipos de náufragos.
Los defensores del retorno a la normalidad apuntan a que es imposible reducir significativamente el contagio en el largo plazo y los más vulnerables en salud acabarán por recibir el impacto directo de la covid o el indirecto de otras condiciones de manera amplificada.
Los defensores del mantenimiento de fuertes intervenciones no farmacológicas exponen que con alto contagio las personas se quedarán igualmente en casa aún sin restricciones, afectando negativamente a todas las otras dimensiones del bienestar que preocupan al otro grupo.
Ambos tienen algo de razón, creo. Pero eso solo nos lleva a subrayar la necesidad de echar cuentas para discernir en qué contexto y bajo qué condiciones unos tienen más razón que otros.
Por último, están los cisnes negros: los eventos de baja probabilidad pero alto impacto que nos convertirían a todos en desdichados, eliminando la división de náufragos comidos y náufragos que comen. De nuevo cada trinchera tiene el suyo. Unos tienen la ruptura irreparable del tejido social y económico si seguimos con fuertes restricciones a la normalidad. Otros, el surgimiento de una variante más destructora si dejamos que el virus siga circulando. Aquí las cuentas se vuelven más borrosas, condicionadas además a la probabilidad asignada a cada evento, pero siguen siendo necesarias. Y, de nuevo, distintas según el contexto: los lugares con tejidos sociales y económicos más frágiles deberían temer más el primer tipo de catástrofe.
Por otra parte, confesaré que a pesar de que he leído mucho y con mente (creo que) abierta, el segundo tipo de cisne (el virus más destructor) me parece poco probable.
¿Dónde nos deja todo esto? Para mí, al menos nos deja en una aproximación al debate distinta de la actual. Una que reconozca los costes de las propuestas de cada bando como punto inicial para tomar decisiones atadas a cada contexto.
Sin eso, las posibles respuestas al virus durante 2022 se seguirán polarizando, separándose de la relevancia. Observando la dinámica inútil, los gobiernos tomarán decisiones peor informadas.
Los náufragos seguirán siendo devorados, pero nadie estará tratando de salvarlos: sólo los emplearán como escudos argumentales para mantener una superioridad moral de la que, en realidad, ninguno de nosotros dispone.
Sería mejor no fingir que nos pertenece.