Hay fotos y videos. También hay testimonios específicos recogidos tanto por las autoridades ucranianas como por periodistas de terceros países.
Además de eso, tenemos una explicación de lo sucedido coherente con lo que, según el consenso de analistas independientes y agencias de seguridad occidentales, ha sido el transcurso de la invasión hasta ahora: Vladimir Putin puso a 190.000 soldados en la frontera con Ucrania (una fuerza que no constituye la mayoría de su ejército) con relativamente poca equipación y escasa información sobre lo que iban a hacer en el país vecino. La “operación especial”, como la bautizó el Kremlin hacia adentro y hacia afuera, pretendía al parecer justo lo que sugiere el concepto: una operación limitada en el tiempo y en el espacio para reemplazar al gobierno ucraniano pro-europeo por uno más cercano a los intereses de Putin. Esto es consistente también con el avance sobre el territorio de las fuerzas rusas (la prisa por llegar a la capital, Kiev).
Podemos suponer que los costes que implicaba una operación como ésta, de haber tenido éxito, eran razonables o asumibles para Putin: sanciones occidentales importantes pero limitadas y dentro del marco habitual, pocas bajas e inversión logística en una invasión de una o dos semanas, para el beneficio considerable de colocar al país más grande de Europa de tu lado.
Pero Putin subestimó tanto la reacción de Occidente como la de los ucranianos.
→ Las sanciones adquirieron un tamaño inusitado hasta el punto de que ya no tiene sentido hablar de sanciones, sino de un proceso de disociación económica en el que (al ser una economía más débil, pequeña y pobre) Rusia tiene bastante más que perder que Europa o EEUU.
→ La resistencia ucraniana fue incluso más allá. Una abrumadora mayoría de la población no estaba dispuesta a ceder su soberanía, y articuló una respuesta tanto civil como militar que imposibilitó la acción rápida.
En este marco, tenemos a 190.000 soldados rusos poco preparados y mal equipados manteniendo territorio ganado sin poder avanzar al ritmo que deseaban, aislados internacionalmente. Mientras, deben enfrentar una respuesta de los invadidos mucho mayor a la esperada. Tanto los rasos como sus mandos operativos dependen de una estructura militar y política autoritaria en la que saben que no responderán por crímenes de guerra, pero sí por fracasos sobre el terreno. Por último, el modus operandi de represión violenta a la población se vio en Chechenia o en Siria.
La hipótesis razonable es, por tanto, pensar que lo han vuelto hacer en aquellas partes de Ucrania en las que no podían sostener su presencia sin violencia, y que esto no ha sido un accidente o el efecto de unas pocas ‘manzanas podridas’, sino que obedece a la lógica con la que se conducen Putin y su ejército por el mundo, errores de cálculo incluidos.