La decisión básica es de carácter moral. ¿Tenemos una obligación de hacer algo cuando otra persona está sufriendo, si pensamos que podemos ayudar a reducir su sufrimiento? Si pensamos que sí, ¿dónde termina ese deber?
→ En la frontera identitaria. Debemos ayudar a los que son como nosotros. Es curioso, pero este argumento tiene versiones casi equivalentes en la izquierda y en la derecha: no debemos inmiscuirnos en asuntos ajenos que no entendemos del todo. Es una idea hija del relativismo cultural (igual que el deber moral sin fronteras es hijo del universalsmo), que por la izquierda tiene un tono anti-colonialista (“la justificación del colonialismo también era la de mejorar la vida de la gente en las colonias”) y por la derecha es más bien nacionalismo proteccionista. También hay una versión comunitarista que se da tanto entre la izquierda como entre la derecha: debemos ayudar solamente al vecino, al que conocemos, entendemos y con quien compartimos vida.
Mi problema con este tipo de argumentos, con todos ellos, es que yo sí creo que al menos la reducción del sufrimiento es una aspiración de todo individuo, esté donde esté, y también creo que si alguien dispone del poder para al menos intentar que otras personas cumplan este objetivo, tiene el deber moral para ejercerlo.
→ En la frontera constitucional. Una versión más sofisticada del límite fronterizo se da con la definición de comunidades auto-gobernadas. Una democracia puede ser entendida como un mecanismo para reducir las probabilidades a largo plazo de que los individuos que la forman sufran. Es decir: votamos para asegurarnos de no ser los constantes perdedores de las decisiones comunitarias que tomamos. ¿Por qué íbamos a imponer nuestras soluciones a problemas ajenos a estos mecanismos?
La respuesta por defecto es que la intención de quien asiste es implantar una democracia, precisamente para asegurar la reducción de sufrimiento en el largo plazo. Pero el círculo se cierra porque el contra-argumento suele tomar un aspecto identitario-relativista: otros pueblos tienen otras maneras de organizar su toma de decisiones, la democracia es “occidental” y por tanto resultaría en una “imposición” (apelativo “colonial” da puntos extra entre cierta izquierda), etcétera.
Mi problema es, de nuevo, que yo sí creo en el universal mínimo. La voluntad de cualquier persona de reducir el sufrimiento al que se ve expuesta en su vida, se puede traducir en una necesidad de maximizar la autonomía para decidir sobre el propio futuro. Es decir: en una distribución equitativa de poder. Si no queremos llamarlo “democracia” (algo extraño, porque significa exactamente eso), vale. Pero el diagnóstico de ausencia de autonomía (y por tanto exposición al sufrimiento) no cambia.
→ En lo que nos pueda perjudicar. “Para qué meternos donde no nos llaman y buscarnos problemas, como atentados terroristas en nuestras fronteras” es algo que se puede asociar con la derecha ultra-conservadora estadounidense tanto como con la izquierda post-comunista española.
Este es mucho más complicado que los anteriores de rebatir, aunque aparentemente no lo parezca. La respuesta utilitarista-universal por defecto es que unos sufrimientos no deberían importar más que otros. Pero la verdad es que claro que importan, porque si no, no dispondríamos de instinto de conservación personal (estaríamos siempre dispuestos a sacrificar cualquier cosa por mejorar la vida de cualquier otro individuo), o no nos importaría más el bienestar de nuestros allegados que el de desconocidos. Así que esta es una cuestión inevitablemente de grado: cuánto bienestar propio estamos dispuestos a gastar o a arriesgar para generar el ajeno. Pero una vez se establece en esos parámetros, la conversación se vuelve mucho más viable.
☞ Si definimos el deber moral de reducir la exposición a sufrimiento de personas ajenas a nuestra frontera constitucional como una cantidad consensuada de gasto/riesgo que estamos dispuestos a emprender a cambio de que dichas personas adquieran una mayor autonomía vital de manera sostenible, entonces probablemente EE UU no debería retirarse de Afganistán en 2021, ni España de Irak en 2004. No al menos en la manera en que lo hicieron ambos. En una frase: nosotros nos fuimos, pero la guerra siguió detrás.